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     La alta precisión y la tecnología han tejido un velo invisible sobre el mundo, un entramado tan sutil que rara vez lo percibimos, aunque lo tocamos en cada gesto. Hoy, la perfección se mide en nanómetros, y la exactitud danza al ritmo de algoritmos incesantes. Lo que antes era arte manual ahora es cálculo, lo que era intuición, ahora es dato. Vivimos rodeados de una precisión tan fina que el error parece haber sido desterrado, aunque quizá solo se haya escondido en la vastedad del código.


    En esta era, cada latido de la tecnología amplifica nuestro alcance y reduce nuestra humanidad a cifras. Y sin embargo, hay poesía en la exactitud, en cómo un rayo láser traza una línea perfecta o cómo un instrumento mide lo inasible. La alta precisión es la nueva brújula de un mundo que no deja cabida al azar, aunque el misterio siga vibrando, silencioso, en el margen más pequeño, entre lo calculado y lo incomprensible.